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martes, 18 de octubre de 2011

Crónicas urbanas: El "metroladies", experiencias extremo por vivir.

       Pocas veces en la vida eres plenamente consciente de un momento pequeño, rápido y oportuno de felicidad que te da la buena vibra del día; eso me ocurrió hace poco, en una ciudad ajena. El momento de felicidad fue consecuencia de una secuencia de grandes sorpresas. Sí,  muchos me han dicho que soy una persona con predominio visual. Pero el 5 de octubre todos mis sentidos estaban concentrados y dispuestos a preservar todos los estímulos del medio.

"Flamante" aviso que indica los andenes exclusivos de mujeres
     Empecemos por el principio, dicho día, a las 8 a.m. llegue a la estación Banderas del metro de la ciudad de la cd. De México. Mi dirección era rumbo Observatorio. Al llegar a los andenes, una mujer policía dio la indicación de abordar trenes exclusivos para mujeres (he aquí mi primera sorpresa) me pareció buena idea considerando que la tarde anterior en este sistema de transporte, había experimentado empujones y miradas raras, por parte de algún pasajero  (y eso que soy distraída, hasta yo los note).

Imagen de cuando la cosa todavía estaba calmada. Divina Paz 
      En fin ante la oferta, me dispuse a abordar el metro con puras féminas. Al llegar, algo se sentía diferente en el entorno, nunca en toda mi ilustre vida había visto a tantas mujeres junta sin la presencia de un "caballero", pensé “así se sentirían las amazonas, es raro, ¡es una dimensión desconocida!” Hasta me oí tararear en la mente el “turururú” de esa música que invita a lo misterioso.

    Segundos después, fui testigo de las arremetidas, jaloneos y “amajujos” entre las mujeres, de las cuales yo estaba ajena observando desde atrás. Pa´ empezar había de todos sabores, colores y personalidades; estaban madres con sus pequeños en brazos (aunque parezca imposible ante el tumulto, ¡ni la mujer maravilla!), la que no tiene tiempo de maquillarse en casa y solo se dejaba llevar por el vaivén de la prole, mientras trazaba una línea negra sobre sus parpados, había estudiantes, señoras de avanzada edad tapadas con rebozo.

      Al verlas pensé que poco a poco todas en conjunto se iban transformando en seres primitivos, ájenos de toda norma o cortesía social, a fin de ganar un espacio en el vagón del metro. Eran mujeres de toda índole en plena competencia con los  estrógenos y la progesterona a todo lo que da.

   Sin embargo, tenían una actitud bipolar;  mientras competían, auxiliaban a la pobre mujer que logró colarse entre las puertas del vagón, y digo pobre, porque fui testigo como “todo” su cuerpecito quedo adentro menos…”la pechonalidad”, sacando algunas risillas involuntarias. Yo misma aposte con mi hermana con un a cuento que la puerta no va cerrar por las “pequeñitas”…van a rebotar” debo decir, por supuesto,  que gane, las puertas abrían y cerraban hasta que la pasajera logro sacar fuerza y empujar a las “lolas” dentro.

      Aun no acababa de reír cuando llego otro vagón y otra vez la misma refriega pero esta vez una señito de tracero prominente no alcanzo a librarlo de las acometidas puertas y ahí tiene usted a una buena samaritana que desde el exterior con sus dos manitas empujo dicho trasero hasta el fondo y  el vagón pudo partir dejando paso al siguiente metro, en el cual después de tanta risa me propuse seriamente abordar (¡oiga usted! ya se me habían pasado cinco trenes).

   Haciendo gala de mi inteligencia, deduje que el metro siempre abre sus puertas en el mismo sitio, por lo tanto,  busque el lugar donde el próximo vagón abriría sus puertas. Y ahí estaba yo, en primerísima fila cuando las puertas se abrieron, pero, no pude entrar; las pasajeras aprovecharon que se abrió la puerta, para echar fuera a una mujer, que lucho y volvió a entrar, solo que su bolso quedo de fuera frente a mí. Escuché la voz de mi hermana que me dijo “ándele hazle el favor de aventarla con toi bolsa pa´ que ya llegue el siguiente metro” toda yo, falta de práctica y valor conteste  ante el momento tenso  “me da miedo weee, ¿y sí me machuco las manos?”…apuesto que las “ñoras” contiguas pensaron “cobarde”.


      Y así llego “mi último tren” el séptimo vagón y ahora si me arme de valor y al “empujar”, logre entrar al verdadero “amajuje” metro viario, toda “repegada” sin necesidad de sostenerme de la mano. ¿A dónde me podía caer, pues? Las afortunadas que iban agarradas de algo lo hacían al estilo Leonardo Di Caprio en Titanic –con la mano sudada pegada al vidrio-.

      Las emociones no pararon en las próximas estaciones; una fémina que con un vozarrón gritaba “denme permiso” dio rienda suelta a un segundo momento de apuesta con mi carnalita. “te apuesto que esta chica,  no logra salir del metro” para mi sorpresa la joven en cuestión logro la hazaña  de bajar a tiempo, ¿cómo nos pasó encima o por del lado? no me di cuenta pero salió ilesa. Sin embargo no todas corrieron con la misma suerte, una colegiala decidió forzadamente seguir con nosotros al no poder llegar a la puerta.


    De pronto toda emoción, adrenalina y conmoción  finalizo,  así sin más, cuando en unas cuantas estaciones el vagón del metro se quedó casi por completo vacío. Agradecí el momento de supervivencia  diaria, que para mí fue novedoso,  si no me cree estimado lector vaya y pruebe… Metro Banderas, miércoles, 8 a.m. tiene usted una cita con situaciones extremo por vivir.


Pd.- Buscando en Youtube me encontré dos vídeos relacionados al tema. Anexo también la rolita del Tri, "El metro Balderas"





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